Un cuento del poeta y escritor Pancho Aquino dice que cuando se acerca fin de año, los ángeles curiosos se sientan al borde de las nubes para escuchar los pedidos que llegan desde la tierra.
El relato del autodidacta nativo de Berisso, provincia de Buenos Aires, consigna que “las peticiones, por lo general y desde hace siglos, son las de siempre: amor, paz, salud, felicidad, trabajo, prosperidad”. Por cierto, todas son demasiado importantes. Y aún más: aunque el tiempo pasa, los hombres no parecen comprender que esas cosas nunca llegarán desde el cielo como un regalo.
Cuentan los cristianos -según la narración del libro “Cuentos para niños de 8 a 108 II”- que un ángel joven, preocupado por esta situación, se animó a preguntarle a otro más anciano ¿Y qué podríamos hacer para ayudarlos? El antiguo serafín le respondió con otra pregunta: ¿Te animarías a bajar con un mensaje y susurrarlo al oído de los que quieran escucharlo? El ángel bisoño se deslizó a la tierra convertido en susurro. Trabajó duro mañana, tarde y noche. Hasta los últimos minutos del último día del año.
Cuando casi se escuchaban las doce campanadas y el ángel viejo esperaba ansioso la llegada de una plegaria renovada, el ángel joven pudo oír la palabra, luminosa y clara, de un hombre que decía: “Un nuevo año comienza. Entonces, en este mismo instante empecemos a recrear un mundo distinto, un mundo mejor: sin violencia, sin armas, sin fronteras, con amor, con dignidad; con menos policías y más maestros, con menos cárceles y más escuelas, con menos ricos y menos pobres. Unamos nuestras manos y formemos una cadena humana de niños, jóvenes y viejos, hasta sentir que un calor va pasando de un cuerpo a otro, el calor del amor, el calor que tanta falta nos hace. Si queremos, podemos conseguirlo, y si no lo hacemos estamos perdidos, porque nadie más que nosotros podrá construir nuestra propia felicidad”.
Desde entonces, dicen que allá en el cielo, desde el borde de una nube, dos ángeles cómplices sonríen satisfechos. Ojalá nosotros podamos hacerlo en 2015. Y para ello no sólo habrá que recurrir a esa renovada plegaria; también a una apertura y a una participación más comprometida de nosotros con nosotros mismos y hacia el prójimo. Sin caer en la efímera esperanza de los nuevos propósitos que surgen cuando un nuevo año se apresta a iniciar y después retornamos a los mismos yerros y egoísmos de antes. Al menos intentémoslo una vez que sea diferente a siempre.